Entré a la reunión un poco tarde, mientras hacía un recorrido visual para encontrar alguna silla disponible, me abría paso en el salón. Casi que simultáneamente, veía a todos concentrados en los papeles de estudio que habían sido cuidadosamente distribuidos a los asistentes. Eso me esmeró a ser más prolijo para entrar y no interrumpir tal grado de concentración que mucho se asemejaba al monasterio Taktsang en Bután, uno de los más sagrados del budismo. Esto me hizo recordar el programa que había visto en Natgeo, la semana anterior sobre monasterios budistas.
El único que levantó la cabeza para mirarme y hacer un gesto de disgusto con su rostro mientras miraba su viejo y ordinario Rolex fue Ralph. Ah! El gruñón de Ralph. “Alfonso, has llegado tarde otra vez!”- con acento norteamericano maltrató algo nuestro idioma - “Hora colombiana?”. No pude ocultar mi desagrado. Era acertada su crítica, pero sentía que pateaba una nación junto con mi trasero. Ralph tenía razón, una reunión de seguimiento al proyecto, con unas 20 personas, llevaba 15 minutos de retraso esperando por que el cliente llegara. Y lo peor no fue eso, yo era el primero de los colombianos que llegaba a la reunión. Después de mi, llegaron Armando, Jorge, Jaime y otros más. Mastiqué mi orgullo, con un poco de rabia y tomé un sorbo de paciencia. Aún así, raspó un poco mi garganta cuando me tragué la situación. La reunión inició, pero era evidente que buscaríamos la mejor oportunidad para devolverle el “cariñito” a Ralph apenas encontrara algún desvío en los indicadores del proyecto. La oportunidad para mi dulce venganza.